pensamientos, relaciones, vida

No agradar a alguien no es una tragedia.

Puede ser que al hacer ciertos cambios en tu vida ya no le agrades a algunas personas.

El proceso de realizar cambios en la vida y abrazar la libertad frecuentemente conlleva reacciones inesperadas de los demás. Es natural encontrar resistencia por parte de quienes te rodean.

Puede ser que al verte más libre alguien se dé cuenta que no se siente tan libre como tú y sienta envidia. Puede ser que al verte más libre alguna persona se sienta amenazada y te califique como (inserte cualquier adjetivo negativo). Puede ser que alguien le recuerdes cómo no se permite ser libre y eso le genere sentimientos desagradables.

Puede ser que al verte más tranquila alguien te tache de floja, desinteresada, indiferente o irresponsable (según sus creencias). Puede ser que las personas hagan suposiciones sobre tu vida.

Puede ser que al verte establecer límites y comenzar a decidir por ti a algunas personas les moleste no poder seguir aprovechando los beneficios que antes tenían. Puede ser que te vean como alguien egoísta porque aún no saben que es posible el autocuidado sin perder el equilibrio necesario para seguir cultivando relaciones interpersonales.

Puede ser que tu brillo le moleste a algunas personas por que no comprenden tu camino.

Y tal vez tú tampoco comprendas el suyo… naturalmente. Por eso sirve reconocer que cada quien lleva su proceso a su manera.

Lucía Victoria

reflexiones, relaciones

Nuestros verdaderos enemigos.

¿Les ha pasado que parece que una persona está queriendo «pelear» con ustedes y ustedes no tienen ninguna intención de pelear?, porque simplemente no hay nada por qué pelear o no entienden qué es lo que está pensando esa persona… A mi me ha pasado 🤔 a veces me pongo a suponer cosas, creo historias en mi mente para dar respuesta a esas preguntas… pero ya he dicho que no es bueno suponer. También claro que he estado en el otro lado: he peleado (aunque sea mentalmente) con otras personas, me han caído mal, me he enganchado con sus actitudes, etc. Todos hemos estado de los dos lados en algún momento de la vida.

Para pelear se necesitan dos, dice un dicho. Sin embargo, creo que a veces sí podemos estar peleando con nosotros mismos sin darnos cuenta. Le ponemos rostro a ese enemigo que queremos ver fuera de nuestra persona, pero eso es sólo una manera de protegernos para no reconocer lo más profundo. Por que la verdad es que muchas veces es más fácil seguir pensando que los enemigos son los demás, en lugar de ver hacia adentro y cuestionarnos a nosotros mismos.

A veces no es que otra persona con la que tenemos conflicto nos despierte las más desagradables emociones o pensamientos, a veces eso nos viene desde nuestros propios demonios, nuestras inseguridades, nuestras heridas, nuestros deseos más oscuros, miedos, en fin… hasta que tomamos responsabilidad de lo nuestro podemos desengancharnos y probablemente hacer cambios en nuestra vida.

¿Tú con quién (con qué parte de ti) te has peleado? 🤭

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Las máscaras que usamos.

Tomo la responsabilidad de lo que he hecho. Claro que no soy tan buena. Nadie es tan tan bueno, ni tan tan malo. Aunque desde niña y hasta hace algunos años esa haya sido mi intención, ser la buena siempre, es imposible. Ese fue el error, intentarlo (o no error, pues tenía que experimentarlo para entenderlo). Pensándolo bien, lo que ya no funcionó fue seguir siendo «la buena» por los problemas que eso me traía a mi. Tal vez funcionaba de niña… pero cuando ya tocaba tomar decisiones importantes, quedaba mal con alguien más (casi siempre conmigo). Si quedaba bien con alguna persona, quedaba mal con otra, claramente. Tomo la responsabilidad de hasta dónde me llevó ese deseo, que por muchos años fue inconsciente, ese deseo de ser vista, de ser aceptada y querida. No podía soportar que alguien siquiera pensara por un momento que yo no era buena. Lo peor (o lo mejor) es que aún así siempre ha habido alguien, y seguirá habiendo algunas personas que así me vean, a pesar de cualquier cosa y por más que no sea mi verdad habrá personas que piensen que tengo la intención de hacer daño; ya he renunciado a comprobar que «no tengo malas intenciones».

Por otro lado, entiendo que todos tenemos la capacidad de hacer daño, aunque no tengamos ese deseo. Y acepto eso. Quiero decir, lamento haber hecho daño, aunque es inevitable.

Esa fue mi máscara por muchos años, una que ni yo sabía que llevaba, pero que hasta ahora puedo ver lejos de mi rostro (y no siempre). Es una, de algunas, supongo. Y que la pueda ver ahora no significa que ya no pueda ser alguien con esas características que yo asocio a «ser buena», significa que ahora puedo serlo desde un lugar más consciente, sin quedar mal conmigo y buscando un equilibrio en mis relaciones.

Todos tenemos máscaras, eso que consideramos nuestra mejor parte, nuestra forma de mostrarnos ante el mundo. Lo que creemos que los demás quieren ver en nosotros. Esos mecanismos de defensa que necesitamos desarrollar en la infancia para sobrevivir y que a veces nos siguen guiando en la adultez.

Las máscaras nos ayudan a no mostrar nuestro lado oscuro, lo que consideramos que no va a agradar o que no nos va a facilitar la vida. Y así vamos creciendo detrás de esa careta mientras no la podamos ver como lo que es… una máscara de buena persona para ser aceptada, una máscara de guerrera(o) para no permitir que los demás me vean vulnerable, una máscara de víctima para recibir atención de otros, una máscara de ayudador(a) para ser necesitado(a), una máscara del que puede con todo y no siente nada para no permitirle a los demás hacerme daño, una máscara de falsa alegría para no lidiar con lo profundo que se sienten algunas emociones…

Pero las máscaras nos sirven para algo, hasta que ya no nos sirven. Y es aquí donde empezamos a cuestionarnos qué hemos hecho, quiénes somos y qué queremos ser.

Lucía Victoria

 
reflexiones, relaciones, vida

Prefiero mi paz

En los últimos años siento que hay pocas cosas que me quitan paz. Por lo menos en comparación a mi yo del pasado. Una de las cosas que aún me saca de mi centro es ponerme a dudar si lo que hice en alguna situación estuvo bien o debía haber hecho algo diferente. Hace poco me pasó, pensé tanto en si debía haber hecho más en una situación en particular, si debía haberme «defendido», si debía haber «peleado», si estaba mal en no molestarme, que unos días después me enfermé, me sentí tan mal ese día que pensé que me iba a morir. Resulta que eso horrible que sentí sólo era mi cuerpo sacando todas esas emociones convertidas en síntomas físicos. A veces todavía dudo si soy demasiado pasiva. Y es que he aprendido a tomar las cosas de quien vienen, a ver en las personas algo más que sólo su máscara, sé que detrás de cada reacción hay mucho más. Y también a veces me veo en ellos. Veo cómo yo pude cometer injusticias, errores, acciones que en algún momento dañaron a otros, y simplemente comprendo… hay situaciones que sacan lo peor de nosotros, hay heridas que algunas veces nos controlan. Y si yo he sido esa, ¿por qué los demás no podrían serlo algunas veces también?

Lo que entiendo es que ésta situación me vino a recordar que es mejor no dudar de mi, de lo que puedo hacer en el momento y que también puedo encontrar un equilibrio.

Ésta soy yo hoy… aprendiendo a no pensarle tanto y a confiar en lo que me surge hacer. Por ahora así es… después no sé.

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Cuando hablas de los demás también hablas de ti.

Cuando hablas de los demás también hablas de ti.

Bien lo dice el dicho que ya he compartido:

«Lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan que de Pedro.»

Y es muy real. De algún modo, esta frase nos viene a decir que Pedro hace de espejo a Juan. Cuando hablamos de algo, inevitablemente ponemos pedazos de nosotros y de nuestra historia en esos juicios.

Por ejemplo, si una persona dice: «Qué mala madre es ella por salir un día con sus amigas y dejar a su hijo con una niñera», también está hablando sobre sus propias ideas sobre ser una buena o mala madre y lo que esas ideas le permiten hacer.

Si alguien dice: «Tal persona parece loca porque baila así», también está diciendo que ella no se permitiría a sí misma bailar libremente por temor a parecer loca o a que la gente piense que se ve mal.

Una manera sencilla de comprender esto sería mirar esta situación: dos personas pueden estar frente a una casa, una comenta que la casa le parece demasiado grande y la otra comenta que le parece una casa chica. ¿De dónde vienen éstas observaciones (juicios)? De sus propias experiencias, de lo que han vivido. Y para cada persona esa es su percepción, realmente habla de sus experiencias; eso no cambia lo que la casa es.

¿Recuerdas qué has dicho de ti cuando has hablado de alguien más?

Con cierta dosis de humildad podrás encontrar respuestas.

– Lucía Victoria